Paraná se emplaza sobre alrededor de 20 cuencas hidrográficas. Los arroyos que la surcan han sido históricamente intervenidos, contaminados e invisibilizados en sucesivas gestiones municipales. El efecto está a la vista: gran parte de la ciudadanía desconoce el territorio que habita. Compartimos un adelanto de un informe especial, que a la vez que descubre algunas de las particularidades de los arroyos paranaenses, muestra su tensión intrínseca con las formas de concebir la ciudad.
Texto: Ana Cornejo | Fotos: Sergio Otero
“El agua insiste” incluye una serie de episodios audiovisuales y fotografías realizadas por Charco para Fundación CAUCE. Se presentarán el próximo viernes 18 de noviembre en la Biblioteca Provincial (Alameda de la Federación 278, Paraná) en el marco del festival ambiental Alma Delta.
Principio de mes significa hacerse un ovillo de pendientes en la cabeza. Trámites, colas, facturas que hay que pagar, llenas de texto en diferentes tamaños y tipografías, códigos y números, jeroglíficos para el ojo inexperto. Entre tanta información pasa desapercibido nada más ni nada menos que un arroyo: aunque nunca reparaste en eso, la tasa de servicios sanitarios te dice la cuenca a la que pertenece tu casa.
¿Qué imaginamos cuando hablamos de una ciudad? ¿Son sus calles, sus edificios, sus luces, su ruido, su olor, su densa población? ¿Está noción es algo dado o producido y reproducido? ¿Quién dice que una ciudad no puede ser otra? Son preguntas que desbordan de las grietas que se abren al habitar la urbanidad, al notar el predominio del gris por sobre el verde, del progreso sobre el atraso, de lo productivo sobre “lo inútil”.
La rutina urbana que adiestra y automatiza la mirada tiende a que dejemos de hacernos preguntas que motorizan la infancia. Cuestionarse existencialmente todo y no aceptar un porque sí, prestando atención a lo que nos rodea. Andar por la calle se vuelve un acto descontextualizado, ajeno, sin identidad. La pregunta regresa: ¿qué ciudad estamos imaginando?
Siguiendo la carrera urbanizadora de los siglos XIX y XX (que las provincias corren con cordones desatados), Paraná fue consolidándose como capital entrerriana y su expansión implicó que las cuencas hídricas que dan forma al territorio cedan ante el cemento, sin tenerse en cuenta la topografía ondulante y la vasta red de arroyos que la atraviesan.
Los entornos naturales han sido intervenidos con numerosos proyectos (o no tan proyectados) urbanísticos entre las distintas gestiones estatales, dando como resultado una clara escisión entre la ciudad y sus arroyos, traducida no solo en la invisibilización de los cursos de agua y en la interrupción de los corredores biológicos, sino también en el desconocimiento de gran parte de la población de que la naturaleza es un aspecto fundamental del territorio.
Según la Ordenanza Municipal 9.668, las cuencas hidrográficas son unidades territoriales indivisibles de análisis, planificación y gestión, impuestas por la geografía en nuestra ciudad y por lo tanto determinan la obligación de su estudio integral para la realización de la planificación del desarrollo territorial. En Paraná tenemos al Antoñico, La Santiagueña, Las Viejas-Colorado, Las Piedras, Las Tunas, Tuyucuá, Manga, Horqueta, Nuevo, Del Yeso, Uzín, Saucesito, Cazuelas, Los Berros, Sauce Grande, Del Tala, Los Anegadizos, La Portland, Bajada Grande y Bañados del Oeste.
Mientras que las cuencas son los territorios con un mismo sistema de drenaje natural y estamos literalmente sobre ellas, los arroyos son los cauces fluviales que, como las venas en el cuerpo, se ramifican y transportan el agua para garantizar el funcionamiento natural del ecosistema.
Al haber sido históricamente negados y devaluados, hoy muchos de ellos no son visibles o accesibles, están entubados y sufren severa contaminación. Un reflejo del paradigma que sostiene la idea de naturaleza como un obstáculo para el desarrollo.
Un marco normativo desde donde partir
“Todos los habitantes gozan del derecho a un ambiente sano, equilibrado, apto para el desarrollo humano y para que las actividades productivas satisfagan las necesidades presentes sin comprometer las de las generaciones futuras; y tienen el deber de preservarlo”, dicta la Constitución Nacional en su Artículo 41, también replicado por la de Entre Ríos.
Nuestra provincia tuvo su primer precedente en legislación que proteja los arroyos en 1998 con la sanción de la Ley Provincial 9.172 de Aprovechamiento de Cursos de Agua Subterránea y Superficial, que se complementó en 2006 con la Ley 9.757 de Comités de Cuencas y Consorcios del Agua.
En Paraná, la primera y única cuenca en conformar su propio comité hasta el momento es La Santiagueña, a partir del Decreto Municipal 363 del 10 de marzo de 2017.
Esta política pública se instituyó de manera integral con la Ordenanza Municipal 9.668 de Cuencas Hidrográficas, sancionada el 18 de diciembre de 2017 y promulgada el 19 de febrero de 2018 a través del Decreto 234. Reconoce la particular geografía en la que se emplaza la ciudad, distingue los múltiples arroyos que la atraviesan y determina la división de la ciudad en cuencas hidrográficas. También fomenta la creación de comités de cuencas, integrados por personal técnico municipal y por personas y organizaciones de la sociedad civil.
En 2019, a través de la Ordenanza 9.815 se modificó el artículo 7 para incorporar “1 (un/a) representante por cada bloque político integrante del Honorable Concejo Deliberante” al área técnica de los comités de cuencas, junto a profesionales universitarios, representantes de distintas reparticiones municipales afines y con competencia en la temática.
Los comités de cuencas son herramientas fundamentales para garantizar la participación ciudadana, junto a representantes estatales, para la gestión de las cuencas hidrográficas y su corredor biológico y de toda actividad humana de intervención dentro de sus límites territoriales.
“La Ordenanza va en un camino distinto del accionar porque no es promovida. Pero es la principal herramienta de la democracia ambiental con la que cuenta la ciudadanía. También hay otras como el acceso a la información, instancias de participación ciudadana y, como última instancia, el acceso a la justicia”, afirma Joel de Souza, integrante de la Fundación CAUCE.
Las Viejas, arroyo de plástico
Las Viejas es una de las cuencas más importantes de la ciudad. La recorre de sureste a norte, desembocando en el Paraná por el balneario Thompson. Está conformada por los arroyos Colorado y Culantrillo, que al unirse por calle Gobernador Manuel Crespo forman al arroyo Las Viejas.
Se encuentra completamente urbanizada, con entubamientos, asentamientos en sus márgenes, alcantarillas, drenajes pluviales y puentes. Se observan problemáticas como desmoronamientos, desbordes, acumulación de basura y presencia de alimañas. Los distintos tramos a cielo abierto dejan ver la panorámica más común en las aguas de la ciudad: la contaminación por desechos de todo tipo.
Actualmente, se está ejecutando la obra de “Sistematización y Saneamiento del Arroyo Las Viejas”, que busca sanear el tramo del Thompson para que la playa pueda ser habilitada y acondicionar los terrenos que se pretenden utilizar para la construcción de la nueva terminal de ómnibus. Incluye rejas de desbaste, sedimentador, filtro biológico y la extensión de la red cloacal para alcanzar algunas viviendas que descargan sus efluentes en el arroyo.

Tal como se informa en el sitio web de la Municipalidad, se plantea el saneamiento como dos grandes intervenciones. Por un lado, “la sistematización del arroyo para evacuar los excedentes pluviales provenientes de las 1200 hectáreas de aporte que tiene la cuenca, cuya obra de conducción consiste en un canal trapecial a cielo abierto revestido en hormigón armado”. Por otro, “un sistema de rejas de desbaste para los residuos sólidos urbanos arrastrados en las crecidas, un sistema de sedimentación de sólidos y un filtro biológico para bajar los niveles de contaminación del agua previa a la descarga en el río”.
Sin embargo, en el proyecto no se habla de canalización, a pesar de que se planifica que el lecho y las barrancas del arroyo sean de hormigón, interfiriendo en el desarrollo natural del ecosistema y modificando la morfología del arroyo. En su lugar, tendremos un canal artificial de agua, un no-arroyo.
Fue cuestionado por distintos actores del ambientalismo, con un amparo presentado por la Fundación Cauce, cuya medida cautelar buscaba suspender la ejecución de la obra (medida rechazada por el juez de feria), hasta que el Municipio lo rediseñe, a fin de evitar o minimizar el impacto ambiental; a generarse concretamente por la canalización a cielo abierto de 1.600 metros del arroyo. Además, se solicitó un estudio de impacto ambiental acumulativo sobre la cuenca, que cumpla con las instancias de información y participación ciudadana.
Martín Blettler es investigador del CONICET, radicado en el Instituto Nacional de Limnología (INALI, CONICET-UNL). Fue premiado por la Fundación Alexander von Humboldt de Alemania con la Beca Georg Foster para realizar un proyecto que busca comprender los mecanismos de retención y removilización de plásticos en los ríos.
Sentado en el puente que une el Thompson con el Club Náutico y por donde pasa el último tramo de Las Viejas, comparte un poco de su formación y qué está pasando en esta cuenca.

Hace énfasis en la necesidad de tomar decisiones en base a datos científicos. “No depende de las ganas de hacer las cosas, sino de información concreta, de saber interpretarla y actuar en consecuencia, con el menor costo económico y la mayor celeridad en la respuesta positiva que se busca en el ambiente. Ese es el rol social y ambiental de los investigadores”, resalta.
Blettler señala en el agua los rápidos que se forman con la basura acumulada, un fenómeno que se ve de forma natural con rocas en ríos de montaña, dando cuenta de que la morfología se modifica a partir de la intervención humana. “El entubamiento consiste en una tubería gigante en la que el agua y la basura confluyen y que acaba con todo”, sentencia.
El investigador aclara que en limnología se refieren indistintamente a ríos y arroyos, ya que la diferencia es de caudal. En ambos casos, se puede encontrar muestras suficientes del material que les interesaba investigar: “Comenzamos con la idea de trabajar sobre contaminación por plásticos y por residuos sólidos urbanos (RSU) en mi laboratorio, en 2017. Primero lo hicimos en la laguna Setúbal en Santa Fe. Luego trasladamos esos objetivos y proyectos a sectores del Paraná”.
En cuanto a la situación con la que se encontraron, destaca: “Hay contaminación de muchos tipos según cómo se mide. En cuanto a RSU, en Las Viejas nos encontramos con mucha mayor cantidad de la que esperábamos. Se puede decir que estamos en una situación dramática”. También cuenta que en un estudio, que fue publicado en 2019, encontraron en la playa del Thompson concentraciones extremadamente altas de macroplásticos (mayores de 25 mm.) y microplásticos (menores de 5 mm.) que son ingeridos por peces y aves y quedan alojados en su tracto intestinal, siendo algunas especies ictícolas muy comercializadas para el consumo humano, como el sábalo.
Blettler detalla el orden de responsabilidades en relación a este tipo de contaminación: “Esto no ocurre porque alguien vino y tiró un papelito. Los comportamientos individuales pueden mejorar la situación, pero en una escala mayor hay una deficiencia municipal, indistintamente de algún gobierno en particular. Allí están las herramientas para cortar el flujo de RSU, si bien hay una multiplicidad de factores, como el costo económico. Pero es momento de asumirlos”.
En un rango mayor, sitúa a las empresas multinacionales: “Deciden cómo empacar sus productos, generalmente con plásticos descartables y no biodegradables, y nosotros pagamos las consecuencias. Pero esta contaminación tiene una suerte de ventaja por sobre otras: los residuos tienen inscripta la marca de los grandes responsables”.
La tierra cede
Antes de llegar a avenida Don Bosco, cerca de la Escuela Hogar Eva Perón, el arroyo Colorado deja ver un paisaje de pequeñas barrancas cubiertas de basura. Esa imagen cambia totalmente a una cuadra, cuando bordea la calle Cabildo Abierto.
El agua sobre suelo pétreo se ve casi transparente, empieza a darle lugar a lo boscoso, hasta una cascada que da a una olla para luego seguir su curso. Al cerrar los ojos, oír los saltos y sentir la pureza del aire, es posible imaginarse en un río cordobés o en las Cataratas del Iguazú. Pero el arroyo está en el medio de Paraná, oculto a la vista del común de su gente.

A causa del entubamiento en tramos superiores, el cauce corre con mucha fuerza y la tierra cede poco a poco. 12 casas que se encuentran a la vera del arroyo se están derrumbando: desde 2007 a la fecha se han desmoronado varios metros cuadrados de tierra y vecinas y vecinos han perdido patios, ambientes y, por ende, parte de sus vidas. Se trata de un barrio construido por el Banco Hipotecario en la década del 60, en cuyo loteo se rellenó parte del terreno lindante al arroyo para emplazar las 12 viviendas que ya estaban vendidas.
Ante esta problemática, en numerosas ocasiones se ha solicitado intervención al Estado y, cuando hubo respuestas, quedaron en ideas, propuestas, proyectos inconclusos y acciones paliativas.
Una medida que consideran necesaria es que se les brinden viviendas en otro lugar, y que sean de la misma calidad que las que pagaron en su momento. Ni en el Municipio ni en la Comisión Vecinal se han hecho eco del reclamo para encontrar una solución.
Patricia Sabre vive en San Benito, pero siempre que puede va a Cabildo Abierto, preocupada por su madre y aún con el horror en la mira: en 2018 apareció una grieta que dividió la casa. “Después de llegar y encontrar la habitación en el aire, mi padre empezó a golpear puertas y desde la gestión municipal le sugirieron invertir sus ahorros para rellenar con escombros. Volvió con la cara colorada. Llegamos a la conclusión de que corríamos riesgo de que todas nuestras viviendas se cayeran, y también la cuadra de arriba. Del disgusto, se descompensó, entró a terapia y falleció a los cuatro días”, rememora con angustia.
Patricia cuenta que era un barrio joven cuando su familia llegó en 1982, conformado por trabajadores de la fábrica de alpargatas “Llave”. “Atrás de mi casa, además de los yuyos y árboles, estaba lleno de basura, y mi mamá pidió al municipio limpiar y parquizar el terreno. Le cedieron la escritura para tener un ambiente compartido agradable por esta zona. Pero luego el terreno se empezó a venir abajo”, expresa.
La familia perdió unos 40 metros de lo que era el fondo de su casa, y al día de hoy se pregunta si el arroyo ha erosionado los cimientos de la vivienda y sigue derrumbando la estructura. “Con la gran lluvia a principios de año, se fueron tres metros más y tuvimos que hacer una construcción para darle calidad de vida a mi madre, porque era levantarse y encontrarse con una pared menos de su casa”, afirma.
La mujer narra la constante lucha, dedicada a su padre, que ha sido alzar la voz y encontrar recepción para dar con una solución definitiva. “Tras la primera caída, la Municipalidad hizo un trabajo escalonado con tachos de cemento para contener la tierra desde la base del arroyo hasta la altura de la casa. Por un tiempo evitó movimientos, pero el curso de agua terminó arrastrando todo lo que había”.

Con el derrumbe del 2018, “la gestión municipal rellenó con tierra, pero el terreno empezó a ceder del otro lado del arroyo y ahora están en la misma situación que acá. Nos dijeron que desalojemos, pero no a dónde. Además, son casas que pagamos, vendidas por el Banco Hipotecario, y corren riesgo de ser usurpadas si las dejamos”, dice.
Además, cuenta que desde la gestión actual la recibieron con el presidente de la Comisión Vecinal y les mostraron “un proyecto grandioso para que nuestras casas se sostengan y se conserve el paisaje. Pero hasta el día de hoy no nos volvieron a recibir ni tuvimos novedades, solo que se hizo un estudio profundo de esta tierra y el presupuesto que pasaron superaba lo que la Municipalidad podía conseguir de créditos internacionales”.
Este año, junto a demás personas del barrio que se movilizan por la causa, se presentaron en la Defensoría del Pueblo, pero aún no han recibido respuesta. “Soy yo quien llama a mi mamá cada vez que llueve fuerte y su vida corre peligro. En este momento estamos para cuidarnos y sostenernos, más no podemos hacer”, asegura.
José Rojas, integrante de la Fundación CAUCE, analiza la situación a partir de la falta de un comité en la Cuenca Las Viejas-Colorado que ampare a sus vecinas y vecinos. “Se está buscando financiamiento para hacer obras aguas abajo, en Las Viejas, pero no se está dando solución a los desmoronamientos de acá. Primero se necesita hacer una contención a las casas de los vecinos, y luego brindarle un tratamiento amigable al arroyo”, afirma.
Asimismo, vincula el desbarrancamiento con la no planificación sistemática de la cuenca: “Hace falta una visión integral para las cuencas que aún no han sido muy urbanizadas y darle un aprovechamiento turístico, con senderos y parques lineales”. Considera que el desmoronamiento es causa del entubamiento a la altura del barrio Paraná XIV y que, precisamente, si el arroyo tuviera un flujo natural, la misma vegetación iría frenando la velocidad del agua y los árboles sostendrían el suelo.
